Las finanzas se han puesto de moda en los últimos años, no tanto por sus aciertos como por los problemas que han causado a una buena parte de la población, sobre todo desde que comenzó esta larga crisis el año 2007.
En la opinión de algunos colegas coincidimos que las culpables de esta crisis no son las finanzas, sino el mal uso que de ellas se ha hecho.
La realidad es que ya antes de que terminara el siglo XX, la teoría financiera (nacida al comienzo de ese mismo siglo) ya contaba con un cuerpo de doctrina coherente y bien estructurado, así como con una buena experiencia en su aplicación.
Los excesos que llevaron a la crisis han tenido más que ver con fallos en la regulación y supervisión, una ambición desordenada de muchos agentes, errores de prospectiva y de planificación, falta de ética en muchas actuaciones, etc.
Pero creo que los conocimientos financieros no sólo no son los culpables, sino que su sabia utilización será, precisamente, lo que nos ayudará a superar los problemas actuales. Esto no es obstáculo para que, igual que sucedió con la crisis de 1929, los financieros tengamos mucho que aprender de esta crisis.
Las finanzas se aplican en diferentes campos de la economía, desde los presupuestos estatales a las empresas o las familias; se manejan en los mercados o en las empresas más típicamente financieras como la banca o los seguros.
Pero su “núcleo duro” está en la inversión y la financiación, es decir, en las “Finanzas de Empresa”. Cualquiera que quiera saber de finanzas tiene que empezar por entender bien los conceptos relacionados con la inversión y la financiación.
El denominado objetivo financiero de la empresa es la creación de valor, y ésta es una tarea común de todos los implicados en una organización empresarial (fácilmente generalizable a todo tipo de organizaciones) sea cual sea el puesto que cada uno ocupe.
Desde el marketing, la fabricación o el desarrollo de nuevos productos hay que esforzarse en crear valor. Se trata de una tarea suficientemente importante como para no dejarla exclusivamente en manos de los financieros.
Los modelos de la economía financiera pueden clasificarse entre normativos (prescriptivos) y positivos (descriptivos); el modelo de Markowitz (1952) sería de los primeros, al dar reglas sobre cómo un individuo debe elegir la cartera óptima, el CAPM sería de los segundos, al tratar de la determinación de los precios de los activos de capital en el mercado.
Pero Sharpe (1991) considera que esto no es suficiente, mucho del trabajo que se ha hecho trata problemas normativos en un contexto positivo, es el caso del modelo seminal de Modigliani y Miller (1958): prescribe lo que debe hacer una empresa respecto a su endeudamiento, para maximizar su valor en el mercado.
Pero incluso esto no es completo, pues la mayoría de los modelos positivos de la economía financiera tienen fundamentos normativos; es el caso del CAPM, que asume explícitamente que los inversores siguen las prescripciones de la teoría de cartera de Markowitz.
En la medida de lo posible, los modelos deberán ser contrastados en la realidad para certificar su validez. En algunos casos sólo se podrán contrastar elementos aislados del modelo, pero, como regla general, la validez de los modelos vendrá dada por la capacidad explicativa o predictiva de sus conclusiones en la realidad.